Enrique Coronel, gran boxeador y maestro
Con una vida plena de deporte, familia y trayectoria por varias ciudades y países, este ex boxeador vive en City Bell hace 20 años, donde transmite su vasta experiencia en el arte del pugilato
Boxeador
Camina unos pasos hacia la bolsa que cuelga desde una viga y con el brazo izquierdo extendido (cros) le da un golpe corto, rápido y vuelve a la mesa para seguir charlando de su vida y del deporte que tanto ha disfrutado: el box. Él es Enrique Coronel, un hombre de 70 años, con reconocimiento histórico en el circuito del boxeo profesional. Conocido en el ámbito y en años pasados pero sobre todo reconocido, con la certera significación del concepto; o sea la valoración de sus oponentes y la prensa especializada que destacaban sus cualidades y calidades en el desempeño de ese deporte. Los relatos coinciden en que era muy buen deportista. Tenía las condiciones ideales para el box, era fuerte, hábil y valiente «Iba al frente siempre» dice él mismo y quienes lo conocen, «No podría haberse dedicado a otra cosa», «Disfrutaba del combate».

Cómo es boxear
Lo más difícil del box es recibir golpes y para Coronel «Eso no era nada», de las decenas de peleas a lo largo de su vida no sufrió grandes golpes o golpizas. Para él ese era su laburo y su deporte, y era como cualquier otro laburo en el que algunos desgastan su energía en levantar baldes o una pala y él en aguantar piñas. Agrega que «Alguna que otra, bien dada dolía pero se pasaba enseguida», los golpes «Se van asimilando» e ironiza «Por eso la nariz que tengo…no la hice vendiendo bizcochitos». Es que Don Enrique peleó con figuras, figuras nacionales y latinoamericanas en una etapa de esplendor y masividad absoluta del mundo boxístico. Peleó con Ramón Albeldaño, Juan «Martillo» Roldán, Enrique «Zurdo» Sallago, el «Toro» Giménez, y otros grosos, como Juan Carlos Peralta «pegaban fuerte» y por eso llegaron pero los enfrentaba igual., «Yo lo boxeaba en 10 round que estuvimos palo y palo». Mejor aún para conquistar en el boxeo hay que ir por los más grandes.

Coronel
Don Coronel se hizo solo y de la nada, era un obrero de 14 años cuando decidió boxear. Descubrió su vocación un día que estaba trabajando y la consolidó al comenzar con las prácticas. Con los primeros combates de entrenamiento y formación se hartó de placer «Era lo mío» sentía todo el tiempo, «Me enamoré del boxeo». Nació en Tres Isletas, Chaco, un 8 de diciembre hace 71 años en una humilde familia, y lo fascinaba oír las peleas de box por la radio, a veces en el campo y otras en el pueblo que como de costumbre congregaba a grandes grupos de habitantes del pueblo. Ahí empezó el deseo, el sueño de boxear y ser boxeador. Decidido, se fue, a Santiago del Estero y pasó a Tucumán, a trabajar en la zafra para sustentarse y a entrenarse en el club Villa Luján, uno de los clubes más grandes del país en el rubro y en el jardín de la República se afincó por 15 años, hizo la «colimba» y se hizo profesional del peso Medio Mediano, 66 kilos a los 20 años. La categoría de importantes boxeadores como Horacio Saldaño, la «Pantera Tucumana», de quien era amigo y compañero de entrenamiento y desde allí se dedicó a la vida que quería. Con la mayor estabilidad del profesionalismo formó pareja y familia que a lo largo de su vida le dio 9 hijos.

Ciudades y países
Desde Tucumán partía a las peleas, para las que «Hay que tener huevos» dice Coronel, en distintos puntos del país desde dónde lo invitaban al cuadrilátero, «Te tiene que gustar» subraya. Reivindica la disciplina del deporte, «Te tenés que cuidar y entrenar de lunes a lunes, aún en fin de año, 31 a la noche te vas a dormir a las 9 de la noche porque peleás el 4 o 5 de enero». Esa conducta lo llevó a presentarse en todo el país, yendo provincia por provincia, ciudad por ciudad con todo aquel que estuviese dispuesto y también a Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay. Varias veces, cuando se sintió bien en esos lugares, se quedó a vivir por un tiempo y a la espera de revanchas y otras nuevas peleas, era su pasión y su laburo también. Fue por eso que llegó a disputar el Título Argentino y el Sudamericano y estuvo muy cerca de ganarlos.

La vida a través del box
Autodidacta del box y de la vida, Don Enrique aprendió todo solo. Primero el box y a través de él la vida, países, personas. No le costó dominar el arte de golpear y esquivar pero le costó más, y lo hizo como pudo, sostener su carrera e ir por el camino más veloz, prometedor y ventajoso. Con un conductor o apadrinamiento que hubiera planificado su carrera muy probablemente hubiese logrado el encumbramiento. Es algo que le sucede a la mayoría de los pugilistas, saben pelear, pero van conociendo el mundo y la cultura boxística mientras compiten y eso va en detrimento del mejor aprovechamiento de las ventajas y beneficios, en un deporte que en los 80 pegó un salto en calidad hacia la profesionalización y transitaba hacia la empresarialidad. Un fenómeno ahora advertido para quienes se dedican pero sorpresivo en los 80, tanto que hasta el Luna Park de Tito Lectoure se fue pasando. Por eso quienes provienen de una familia boxística juegan más cómodos y afrontan instancias ya resueltas o conocidas.


Vivir de lo que gusta
En un balance final de su vida deportiva Don Enrique Coronel es un grande, ganó lo que ganó y vivió lo que vivió, disfrutando y trabajando con lo que le gusta. Se dio una vida digna a él y a los suyos con una profesión muy exigente a nivel físico y mental, muy especial, apta para personas especiales y no para cualquiera. Los boxeadores tienen carreras y vidas cotidianas muy diferentes al resto, «vidas de película». Sus huellas que quedaron por toda Argentina y en varios países, llegan a City Bell, en La Plata, en el Club Centenario dónde comparte su conocimiento para seguir con ese sueño que se inició en Chaco escuchando box por la radio, deseando ser él el protagonista de la transmisión y oído por vaya a saber quien esperando una alegría.

